domingo, 16 de agosto de 2009

Fénix


No sé qué día fue...
pero tú moriste.
Ya no recuerdo si hacía calor o frío...
pero aquella tarde, tú dejaste de respirar.

Te apagaste como una débil flor en invierno, como indefensa rosa de un día devorada por sus propias espinas.
Apenas sé ya qué ocurrió, ni importa de qué modo sucedió todo. Sólo sé que tú estabas allí... sintiendo el gélido suelo, el temblar de tu alma. Estabas aterrorizada... lo sé. Créeme, conozco tus sentimientos, conozco tu ser. Quizás se hayan diluido en el tiempo, el viento borrara todo rastro de tus cenizas tras de sí. En ocasiones temo olvidarte, me da miedo que desaparezcas en la infinita nada, consumida por tus propios monstruos con sed de sangre. ¿Tanta derramaste?
Eso ya no es importante.

Tú estabas allí.
Sintiéndote sola. Desamparada, cruel y triste. Cuántas lágrimas calientes corrieron por tus mejillas ¿verdad?
Tanto llanto derramado en el vacío de un atardecer. No te preocupes mi niña... yo lo sé.
El pánico que sentiste, el desespero de tu cuerpo atemorizado y tu agónica mirada buscando una salida. Tu voz... haciendo sonar el eco a lo largo de la estancia. Pero nadie respondía. No había nadie contigo.
Al menos... a nadie tus ojos podían ver.

El día en que acabaron todas tus esperanzas y sueños... tú estabas allí.
Volcaste en una puerta cerrada todos y cada uno de tus motivos para vivir, golpeándote con ellos una vez tras otra, cada vez más y más fuerte. Eras de las que no te rendías fácilmente.
¿Por qué aquél día entonces?
¿Qué desesperó tu razón?

O es que ya llevabas tiempo pensando... que algo en tu mundo y en tu corazón no iba bien.
Qué fue lo que te empujó a cometer tal acto querida niña, qué fue lo que impulsó tus manos a buscar algo fino y brillante. Por qué, cuál fue el motivo cariño.
No te preocupes por eso ahora. Sólo trato de comprender... cuál fue tu primer pensamiento al sostener aquéllo entre tus pequeñas manos.

No obstante creo que sé... en quién pensaste.
De quién te acordabas en aquellos momentos. Quien ocupaba tu corazón y tu mente, las palabras entrelazadas y sin salida que pronunciaba tu casi muda voz. Te resultaba imposible salir de tu bucle de emociones hirientes ¿no es cierto?
No había escapatoria. No, no para tí niña. A no ser que...
¿Fue por eso?
Quizá deseabas huir. Quizá pensaste que era la mejor manera de escapar de tanto llanto injustificado, de la sensación de ahogo y de abrir las puertas de tu jaula. Ibas a huir.

No...
yo sé que no fue por eso.
¿Tan mal te sentías? ¿Tanto te hirió la culpabilidad? O es que ya no sabías de lo que sentirte culpable... puesto que no comprendías la verdad. No entendías qué estaba ocurriendo, si eras tú la que se equivocaba, la que erraba con sus actos. ¿Tanto dolor creíste provocar? Sí, seguro que sí. Estoy convencida de que no podías soportar más tu existencia en este mundo. El odio y la intolerancia pudieron contigo, haciéndote responsable sin saberlo, de tu tan temprana mortandad. El desconocimiento, la mentira y la agresión, se volvieron locas en tu joven mente.

Soy consciente... de cuánto rogaste por una salvación. De cuánto llamaste a alguien en una habitación vacía, a cualquiera que viniera a rescatarte. En el fondo... tan en el fondo que ya apenas ni te dabas cuenta, tú deseabas que te rescatasen. Que apareciera algo o alguien de pronto a tu lado, y te llevara de aquel gris lugar. Cegador a la vista, oscuro para tu ser...
Sé que lo ansiabas. Puedo imaginar lo que causó en ti la falta de respuesta y la soledad.

Pero como dije mi adorada niña... tú de eso ya no debes preocuparte.
Sólo sonríe y ve a descansar, en tu eterno cielo de luz y paz. Donde los niños siguen siendo infantes, donde tus palabras tienen voz, y donde tu ser posee un cálido abrazo.
Ve allí ahora, y luego fúndete con el fuerte corazón que te espera. Lleva mucho tiempo esperándote.

Pero te prometo...
que jamás te olvidaré. Que guardaré un rincón de mi interior día a día para tenerte, para rememorar la tristeza de tu mirada y la ilusión que volcabas en cada una de tus risas. Tu forma de sonreír y de jugar. De entregarte completamente al mundo y su gente como si nada más importara. Tu manera de confiar... ciegamente en cada alma que se cruzara contigo.
Tu madurez, tu lealtad.
Tus dudas, tus miedos. Tu locura, tu histerismo. Todo lo que viviste... pero más importante, cómo te hizo sentirte y qué emociones afloraron a continuación.

Nunca voy a olvidarte. Desde que cerraste tus ojos lentamente dejando caer dulcemente tu cuerpo sobre ti misma... te hiciste parte de mi.
Y por una cosa más te tranquilizaré ahora... aunque nadie nunca más volviera a tenerte, no te preocupes... niña frágil... yo siempre te querré.